¿Qué tal el fin de semana?
El mío un poco regulín, ha circulado un virus intestinal por casa y al final también me tocó a mí. La noche del viernes al sábado no dormí nada por las náuseas y el sábado estaba hecha polvo. Pero al final siempre se saca algo bueno de cualquier situación y también ha sido éste el caso. Los sábados por la mañana normalmente son frenéticos en nuestra casa. Viene una profesora de música muy pronto a dar clase a los niños así que hay que madrugar, ir a buscarla, procurar que los niños no se entretengan mucho en el desayuno... Como estábamos malitos tuvimos que suspender la clase así que pudimos tomarnos la mañana con algo más de calma. Por otra parte, los sábados por la mañana se acumula bastante trabajo en la casa. Hay que hacer todas las camas, recoger todos los trastos y la ropa que hay por medio (yo no sé los vuestros pero mis hijos son expertos en sacar todo tipo de cosas y dejarlas en medio, es increíble la velocidad con la que lo hacen), recoger la cocina que muchas veces (bueno, la mayoría) tiene todavía la cena del día anterior porque estamos tan cansados que lo dejamos para el día siguiente... En fin, que hay tela que cortar, vamos, por lo que decidí tomármelo con mucha calma. Y resultó, oiga, vaya si resultó. Decidí recoger sin agobios, sin prisas. Recogí poca cosa, lo fundamental y, para mi sorpresa, aunque no estaba perfecta, la casa no se derrumbó!!! Después me tumbé en la cama de la habitación de los niños y me dediqué a verlos jugar. Y es lo mejor del mundo. Hacía tiempo que no lo hacía porque últimamente siempre que estoy con ellos acabo por ponerme a recoger y a ordenar los juguetes, es una especie de manía. Como no tenía fuerzas para hacerlos decidí contemplarlos y es maravilloso, es como si se parara el tiempo. Ellos llevan otro ritmo vital, están relajados, concentrados exactamente en lo que están haciendo, sin pensar en nada más. No se agobian por el futuro ni se deprimen por el pasado, sólo piensan en la muñeca que están peinando o en la construcción que están fabricando. Cuánto tienen que enseñarnos. Fue un rato encantador. Contemplar las manitas diminutas de Mateo afanándose por sacar piezas de una caja o las voces de los mayores mientras jugaban juntos.


Así que he decido que tengo que hacerlo mucho más a menudo. Las camas pueden esperar, además ayer dijo Jaime que había leído un tweet de unos científicos en el que decían que era más saludable dormir en una cama deshecha que en una bien hecha. Yo creo que se lo han inventado porque están hartos de que les obliguen a hacer las camas, pero bueno, esa es otra historia. El caso es que las tareas de la casa siempre están ahí pero la edad que tienen mis hijos no. Cada segundo están cambiando, están creciendo. En la peli de Descubriendo Nunca Jamas, que me encantó, por cierto, os la recomiendo, J. M. Barrie (Jonhy Deep) dice una frase que me encanta:
Young boys should never be sent to bed... they always wake up a day older.
Y tiene razón. El segundo que están viviendo nuestros hijos ahora mismo no se va a volver a repetir, por eso hay que vivir cada uno de los que pasamos con ellos con la mayor intensidad. No digo que no haya que regañarlos si lo merecen, que no sean agotadores (con cuatro imagináos), pero sí que, al menos yo, quiero vivir con cariño todos los momentos, incluso los de mayor agotamiento, pues no se volverán a repetir. Jaime siempre me ayuda a recordar esto, a que nos tomemos las cosas con más calma, él sabe vivir mejor esos instantes. Yo soy algo más agonías y me preocupa más que la casa esté recogida, que no haya cosas por medio, que las camas estén hechas, que esté todo perfecto. Y eso, a la postre (cómo me gusta esa expresión) no es tan importante. Así que he decidido que me voy a tomar las cosas con calma. La casa puede esperar, para bien o para mal, los trastos no se los va a llevar nadie, pero los segundos vuelan y hay que disfrutarlos.
Disfrutad del lunes!!!